viernes, 28 de septiembre de 2007

Fin de semana cicloturista en la Sierra de Francia


El fin de semana fue perfecto: el clima, el paisaje y la compañía. El día empezó con la sorpresa de la visita de Juan Antonio que, aunque no pudo acompañarnos los dos días, estuvo con nosotros toda la mañana del sábado (hasta Fuenterroble). Ya en el pantano de Santa Teresa nos salimos de la carretera y continuamos por caminos de tierra hasta Fuenterroble, esto sí que era una novedad. Salamanca guarda muchas sorpresas para aquellos que se animan a salir de las carreteras principales. Después de comer algo y despedir a Juan Antonio, continuamos hasta los Santos. Allí han hecho un centro de interpretación del granito que no conocíamos. Es un sitio con un aspecto irreal, la colocación de las moles de granito recuerdan a las estructuras megalíticas como las de Stonehenge. La bajada desde los Santos hasta los puentes del Alagón es espectacular. Han arreglado la carretera y está cubierta de arena, de hecho parece un camino. Esto hizo que bajáramos con cuidado ya que la pendiente es pronunciada y un frenazo un poco fuerte nos podía hacer caer. La temperatura era ideal, el cielo despejado, los viñedos cargados de uvas y no recuerdo haber encontrado ningún coche en toda la bajada hasta San Esteban. Ya en los puentes del Alagón descansamos un rato porque sabíamos lo que nos esperaba, íbamos a estar toda la tarde subiendo hasta La Alberca. La subida hasta Miranda del Castañar la hicimos de un tirón, era más suave de lo que la recordábamos. Tal vez era porque habían arreglado la carretera. En Miranda paramos a visitar otro centro de interpretación que han hecho a las afueras del pueblo, en este caso sobre fuentes grandes. Después empezamos a subir a Mogarraz y La Alberca. Aquí la subida era tan dura o más de lo que recordábamos. Los dos últimos kilómetros hasta Mogarraz se alargaron tanto que parecía que no íbamos a llegar nunca. Las piernas ya empezaban a notar el esfuerzo de todo el día. A las seis y media por fin llegábamos a La Alberca. El pueblo tenía ambiente de sábado: mucha gente por la calle, puestos de turrón, tiendas abiertas,..y nosotros con el subidón de haberlo conseguido.
El domingo amaneció soleado y prometedor. El sillín estaba un poco más duro que el día anterior y las piernas no estaban para muchas alegrías pero había que volver a casa. Decidimos volver por Cristóbal, nos pareció que la subida sería más suave que la de Los Santos y además nos apetecía volver por otro sitio. Bajamos los 12 kilómetros de La Alberca a Miranda como un exhalación ¡Con lo que nos había costado subirlo el día anterior! Aquí se cumple perfectamente el principio de conservación de la energía, o como dice Nacho, para bajar todos los Santos ayudan. La subida del río Francia a Miranda fue el primer tanteo de piernas y después más bajada hasta el Alagón. Iniciamos la subida a Cristóbal muy serios ¿seremos capaces?. La subida fue larga y dura, tuvimos que hacer tres paradas para descansar pero finalmente llegamos. El caso es que a pesar de lo dura que fue la subida decidimos no parar y continuar hasta Valdelacasa para comer allí. La carretera era un rompepiernas y los 12 Km se hicieron muy largos. Después de comer la vida se ve de otra manera y además estábamos en nuestro terreno. En Guijuelo volvimos a los caminos: Pizarral, Montejo, La Maya… y finalmente Alba. En total unos 200 Km.

viernes, 14 de septiembre de 2007

El estuche de dos pisos: ese objeto de deseo

Vaya lío con la vuelta al cole: libros, cuadernos, pinturas, tijeras, lápices, gomas,... y luego a forrar, a ponerle nombre a todo, y cuando ya crees que has acabado surgen cosas como: este libro no es, los cuadernos no valen porque tienen que ser de tapa dura, las pinturas de cera no son de la marca que tenían que ser,... en fin, un lío.
A veces creo que cuando yo era pequeño las cosas eran diferentes, incluso mis recuerdos son en blanco y negro, otras en cambio recuerdo perfectamente las sensaciones, y hay cosas que me las recuerdan especialmente, como es el material escolar y la vuelta al cole. Entre otras cosas he descubierto que los estuches siguen siendo objeto de culto y de deseo y que no han cambiado a penas, siguen conteniendo las mismas cosas (¡Qué bonitos son!). Mi hija quería uno nuevo para este curso y cuando fui con ella a comprarlo le dije, “Si te compras uno nuevo, ¿me das el del año pasado?” El último que tuve me lo trajeron los reyes.